EL HOGAR FELIZ


    Breve sermón por nuestro 3er aniversario como REFORMANDO EL HOGAR Por el Dr. Juan S. Boonstra

EL HOGAR FELIZ.



INTRODUCCIÓN. El matrimonio, una amigable comunidad. 

Hay mucho más en la vida conyugal que el tener hijos. Precisamente por esta razón Dios ha instituido el matrimonio, y ha ordenado que el hombre y la mujer se unan en lazos de mutuo afecto y mutua responsabilidad. 
Hay una dimensión muy importante en la vida conyugal que nada tiene que ver con la cuestión de tener hijos o no tenerlos. San Agustín, un teólogo excepcional, habla de esta dimensión cuando escribe de esta manera: "No digamos que el matrimonio consiste solamente en engendrar hijos, sino también en esta amigable comunidad de la que provienen."  Tal vez es, en parte, por esta razón que hay tan pocos hogares felices. Si no se entiende bien cuál es el propósito de la vida conyugal, es probable que el hombre y la mujer se pasen la mayor parte del tiempo en peleas sin provecho, y en lágrimas sin lástima. Si la procreación fuese el único y exclusivo fin del matrimonio, habría muchos esposos infieles correteando de casa en casa, y muchas mujeres llenas de conflictos internos yendo de psiquiatra en psiquiatra. El matrimonio debe ser fuente de satisfacción inmensa para el ser humano, y para ello es necesario que se entiendan bien dos cosas de extrema importancia. 

I. LOS PROPÓSITOS DEL MATRIMONIO.

a) La satisfacción mutua de los cónyuges.

La primera es la mencionada anteriormente, lo que San Agustín llamó la "amigable comunidad."  
Ya en los tiempos de Pablo había familias con problemas conyugales. Estas son las palabras con las cuales el apóstol les aconseja: "El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido." (1 Co. 7:3) Seguramente había maridos o esposas que no cumplían sus deberes conyugales; podría ser por distintas razones, ciertamente. Alguno, quizá. dejaba de cumplir su deber conyugal porque estaba cansado, de su consorte; otro lo hacía por razones religiosas, es decir, quería pasarse un periodo de tiempo en meditación personal. Aun otros lo hacían porque estaban demasiado ocupados en sus tareas, negocios o diversiones. Pero es probable también que hubiese quienes no cumplían  el deber conyugal porque creían que eso era únicamente para engendrar hijos, y no para el placer humano o la mutua satisfacción de los esposos. Sea cual fuese la razón del apóstol, categóricamente hace saber al mundo que no debe ni el hombre ni la mujer hacer tal cosa. El matrimonio es para satisfacción mutua de los cónyuges. Esto es lo primero que debe entenderse bien para formar un hogar feliz. Si el hombre no obtiene satisfacción en el lecho de matrimonio, será víctima del libertinaje y se echará a andar por las calles buscando tal satisfacción donde no se debe. Si la mujer no recibe la atención que merece, también ella empezará a buscar y a buscar, mientras que el hogar no puede ser feliz porque quienes allí viven no lo son, ni pueden serlo. Miles de familias enteras, miles de hogares, miles de matrimonios están siendo atacados por este gravísimo mal que se genera al no entender correctamente el papel del matrimonio en la vida humana. 
Dios instituyó el matrimonio, no solo para que la humanidad se multiplique, sino también para satisfacción mutua de quienes se han unido para toda la vida. Cuando el apóstol Pablo ordena que "el marido cumpla el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido", está enseñando a la humanidad uno de los requisitos del hogar feliz. El matrimonio es para satisfacción mutua de los cónyuges; es fuente de alegría y tranquilidad mental. Debe existir una relación íntima entre los esposos de modo que las cosas no se hagan caprichosa y arbitrariamente, sino con mutuo consentimiento y con el fin de mutua satisfacción. Parece mentira que el apóstol habla con tanta claridad y franqueza sobre este asunto que parece más bien contemporáneo. Oiga usted cómo aconseja Pablo en su Epístola  a los Corintios: "No os neguéis el uno al otro, a  no ser por mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia" (1 Co. 7:5) Si la gente de nuestro tiempo comprendiese esta dimensión del deber conyugal y pusiese en práctica los sabios consejos del apóstol, tendríamos muchísimos más casos de hogares felices. 

b) La satisfacción de todos los miembros de la familia. 

Pero hay otro requisito para tener un hogar feliz. No es sólo cuestión de satisfacción conyugal o sexual. Esto, ciertamente, es de tremenda importancia, pero esa necesidad de satisfacción no sólo abarca a los esposos; abarca a la familia en su totalidad. Para ser feliz, el hogar debe estar formado por una familia feliz, y para ello, el hogar es mucho más que un dormitorio completo. Si la familia ha de sentirse feliz, el hogar debe ser el centro de todo. El hogar es como una escuela donde aprenden mil cosas que no se aprenden bien en otra parte. El hogar debe ser como la sala de emergencia de una clínica, en la cual entran quienes tienen necesidad de ayuda, sea del tipo que sea. Es un consultorio donde los miembros pueden hablar abiertamente de sus quejas y cuestiones, de sus penas y peleas. El hogar debe ser como un salón de fiestas, siempre engalanando con la alegría de quienes asisten. En el hogar se derraman más lágrimas que en un entierro, y hay más obstáculos que vencer que en una carrera olímpica. El hogar es como un confesionario donde los niños, adolescentes y jóvenes vienen a hablar de sus tentaciones y dificultades, pues saben que allí encontrarán ayuda y apoyo. El hogar feliz es un hogar donde uno puede reír y llorar, según sean las circunstancias de su vida en ese momento. Es una balsa donde uno puede mojarse un poco de vez en cuando, pues se vive, al fin y al cabo, en un mundo muy lejos de ser perfecto. El hogar feliz es como un puerto seguro que siempre está abierto para recibir a los barcos que se baten sobre las olas del mar rugiente. Es el cálido fuego de una sala templada que acoge al que viene de afuera, donde reina el frío inclemente. 
Para ser felíz, el hogar debe ser lugar de satisfacción para todos los miembros de la familia. El hogar no es sólo para el gozo de la esposa que todo lo limpia, ni es sólo para el marido que todo lo paga, ni para los hijos que todo lo demandan, si no para todos los miembros de la familia. ¡Cuán feliz podría ser su hogar si estos elementos fueran parte de sí! El hogar es lugar de satisfacción para quienes lo forman, satisfacción que abarca todos los aspectos de la vida humana.

II. Cristo, el fundamento de todo hogar feliz.

¿Existen tales hogares? ¿Hay en alguna parte hogares felices que pueden servir de modelo? ¿Es esto, quizá, un castillo en el aire idealismo puro? Con toda franqueza, es imposible que exista un hogar verdaderamente feliz sin Jesucristo. Cristo es el Hijo de Dios, el cual vino al mundo para rescatar lo que se había perdido. 
A raíz del pecado humano el hombre ha perdido un ingrediente indispensable del hogar feliz: La obediencia a Dios. Sin Cristo hay demasiado orgullo personal en la vida humana. El hombre tiene que reconocer que ha pecado, y debe aprender a confiar solamente en Jesucristo. Entonces sí empezará a echar las bases de un hogar feliz. 
Cabe aquí una palabra de precaución. La familia cristiana, la que se ha entregado a Cristo, no es perfecta, si no que está llena de problemas. Una familia cristiana está formada por personas pecadoras, y mientras no lleguen al cielo, todos los miembros tendrán sus luchas y lágrimas, sus diferencias y problemas, pero poseerán una visión clara del destino y sabrán donde acudir cuando necesiten ánimo.
Finalmente, tres breves palabras del carácter práctico. En primer lugar, considere usted su hogar como fuente de inspiración. Cristo dijo, "el hombre dejará padre y madre" (Mateo 19:5). Busque satisfacción en su hogar, no en casa de mamá, o de la hermana, o del íntimo amigo. En segundo lugar, evite comparar su hogar con el de otros. Tales comparaciones desaniman, pues usted solo ve lo malo del hogar suyo y lo bueno que puede haber en el del otro. Y, tercero, esfuércese usted en crear un ambiente de satisfacción. Cristo es el único que puede ayudarle a hacerlo bien. Su esposa se sentirá feliz; su marido será el hombre más agradecido del mundo, y sus hijos aprenderán allí a tener algún día su propio hogar feliz.

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Damos gracias a Cristo Jesús nuestro Señor. que nos ha fortalecido, porque nos tuvo por fieles, poniéndonos en el ministerio... 1 Timoteo 1:12 LBLA 

Para mi esposa y para mí  (y para los que directa e indirectamente lo hacen) es un honor poder servir al pueblo de Dios a través de estos medios digitales, llevando a todos ustedes teología para la vida familiar.  -Familia Cruz Sánchez


Comentarios

  1. Hermoso articulo , de gran edificación para la familia , que el Señor siga añadiendo de su gracia y sabiduría en sus vidas.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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