ADORACIÓN EN FAMILIA


Por Arthur W. Pink 



Hay algunas ordenanzas externas y medios de gracia muy importantes que se insinúan claramente en la Palabra de Dios, pero que para su ejercicio tenemos pocos, si es que algunos, preceptos sencillos y positivos; más bien se nos deja que los retomemos del ejemplo de hombres santos y de varias circunstancias incidentales. Un importante fin se contesta por esta disposición: el estado de nuestros corazones se convierte en una prueba. Puede servir para hacer evidente que, debido a que un mandamiento expreso no puede traerse a colación sin requerir su cumplimiento, los Cristianos profesantes se ganarán el descuido de una responsabilidad claramente implicada. De este modo, se descubre más del estado real de nuestras mentes, y se hace manifiesto si tenemos o no un amor ardiente por Dios y Su servicio. Esto se aplica evidentemente tanto a la adoración pública como a la adoración en familia. Sin embargo, no es del todo difícil comprobar la obligación de la piedad doméstica. Considere primero el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios. Fue por su piedad doméstica que recibió una bendición de parte del mismo Jehová, “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio” (Gén. 18:19). El patriarca es aquí elogiado por instruir a sus hijos y a sus siervos en la más importante de todas las obligaciones, “el camino del Señor”, la verdad acerca de Su gloriosa persona. Sus elevadas afirmaciones respecto a nosotros, Sus requerimientos para nosotros. Note bien las palabras “él mandará [a ellos]”; es decir, él usará la autoridad que Dios le había dado como padre y cabeza de su casa, para hacer valer las responsabilidades de la piedad familiar. Abraham también oraba con su familia, lo mismo que la instruía: dondequiera que armara su tienda allí “edificaba un altar a Jehová” (Gén. 12:7; 13:4). Ahora, mis lectores, bien podemos preguntarnos, ¿Somos nosotros “la simiente de Abraham” (Gál. 3:29) si no “hacemos las obras de Abraham”(Juan 8:39) y descuidamos la importante responsabilidad de la adoración en familia? Los ejemplos de otros santos hombres son similares al de Abraham. Considere la piadosa determinación de Josué quién le declaró a Israel, “pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (24:15). No permitía que ni los elevados puestos que ocupaba, ni las apremiantes responsabilidades públicas que se acumulaban sobre él, atrajeran su atención hasta el punto de descuidar el bienestar espiritual de su familia. Una vez más, cuando David trajo de regreso el arca de Dios a Jerusalén con gozo y acción de gracias, luego de liberarse de sus responsabilidades públicas, “volvió luego... para bendecir su casa” (2 Sam. 6:20). Además de estos eminentes ejemplos podemos citar los casos de Job (1:5) y Daniel (6:10). Limitándonos a solo un ejemplo en el Nuevo Testamento pensamos en la historia de Timoteo, quien fue criado en un hogar piadoso. Pablo recordó la “fe no fingida” que había en él, y añadió, “la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice.” ¿Hay algún asombro entonces que el apóstol pudiera decir “desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras” (2 Tim. 3:15)! Por otro lado, podemos observar cuán aterradoras amenazas son pronunciadas contra aquellos que hacen caso omiso de esta responsabilidad. Nos preguntamos cuántos de nuestros lectores han considerado seriamente aquellas impresionantes palabras “¡Derrama tu enojo sobre los pueblos que no te conocen, y sobre las familias que no invocan tu nombre” (Jer. 10:25 – VKJ)! Cuán insoportablemente solemne descubrir que las familias sin oración son aquí asociadas con los paganos que no conocen al Señor. No obstante, ¿necesita eso sorprendernos? ¡Vaya! Hay muchas familias paganas que se reúnen para adorar a sus falsos dioses. ¿Y no avergüenza eso a miles de cristianos profesantes? Observe también que Jeremías 10:25 registró una terrible imprecación para ambas clases por igual: “Derrama tu enojo sobre...” Cuán alto debiesen hablarnos estas palabras. No es suficiente que oremos como individuos, en privado, en nuestras habitaciones; se nos requiere que honremos a Dios también en nuestras familias. Al menos dos veces cada día – por la mañana y por la tarde – toda la familia debiese reunirse para inclinarse ante el Señor, padres e hijos, patrones y siervos, para confesar sus pecados, para dar gracias por las misericordias de Dios, para buscar Su ayuda y bendición. No se debe permitir que nada interfiera con esta obligación: todas las otras disposiciones domésticas han de dirigirse hacia ella. La cabeza de la familia es quien debe dirigir las devociones, pero si está ausente, o seriamente enfermo, o es un incrédulo, entonces la esposa debiese tomar su lugar. Bajo ninguna circunstancia debiese omitirse la adoración en familia. Si vamos a disfrutar de la bendición de Dios sobre nuestra familia, entonces que sus miembros se reúnan diariamente para la alabanza y la oración. “Yo honraré a los que me honran” es Su promesa. Un antiguo escritor bien dijo, “Una familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las tormentas del Cielo.” Todas nuestras comodidades domésticas y bendiciones temporales brotan de la generosidad amorosa del Señor, y lo mejor que podemos hacer a cambio es reconocer con gratitud, juntos, Su bondad hacia nosotros como familia. Las excusas por el incumplimiento de esta sagrada obligación son vanas y sin valor. ¿De qué provecho será cuando rindamos una explicación a Dios por la mayordomía de nuestras familias decir que no tuvimos tiempo disponible, trabajando duro desde la mañana hasta la tarde? Mientras más apremiantes sean nuestras obligaciones temporales, más grande nuestra necesidad de buscar socorro espiritual. Ni puede Cristiano alguno alegar que no está calificado para tal labor: los dones y los talentos se desarrollan por el uso y no por la negligencia. La adoración en familia debiese ser conducida de manera reverente, de corazón y con simpleza. Entonces los pequeños van a recibir sus primeras impresiones y a formar sus concepciones iniciales del Señor Dios. Se debe tener gran cuidado, no vaya a ser que se les dé una falsa idea del Carácter Divino, y para esto, se debe preservar el balance entre el habitar en Su trascendencia y su inmanencia, Su santidad y Su misericordia, Su poder y Su ternura, Su justicia y Su gracia. La adoración debe comenzar con unas pocas palabras de oración invocando la presencia y la bendición de Dios. Debiese seguir un corto pasaje de Su Palabra, y luego unos breves comentarios. Se pueden cantar dos o tres versos de un Salmo. Concluya con una oración de compromiso en las manos de Dios. Aunque puede que no seamos capaces de orar elocuentemente, debemos hacerlo de todo corazón. Las oraciones que prevalecen son generalmente breves. Tenga cuidado de no cansar a los más jóvenes. Las ventajas y bendiciones de la adoración en familia son incalculables. Primero, la adoración en familia prevendrá mucho pecado. Sobrecoge el alma, comunica un sentido de la majestad y la autoridad de Dios, coloca verdades solemnes en la mente, hace que desciendan beneficios de Dios sobre el hogar. La piedad personal en el hogar es un medio de influencia poderoso, bajo Dios, para comunicarles piedad a los pequeños. Los niños son mayormente criaturas de imitación, que aman copiar lo que ven en otros. “Él estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos” (Sal. 78:5-7). ¿Cuánto de las espantosas condiciones morales y espirituales de las masas de hoy pueden trazarse hasta el descuido de esta responsabilidad por parte de sus padres? ¿Cómo pueden aquellos que descuidan la adoración de Dios en sus familias buscar en ellas la paz y el consuelo? La oración diaria en el hogar es un medio de gracia bendecido para disipar aquellas pasiones desdichadas a las que nuestra naturaleza común se halla sujeta.
Finalmente, la oración en familia obtiene para nosotros la presencia y la bendición del Señor. Hay una promesa de Su presencia, la cual es peculiarmente aplicable a esta responsabilidad: (Mat. 18:19, 20.) Muchos han encontrado en la adoración en familia esa ayuda y comunión con Dios, la cual buscaban con menos resultado en la oración privada.



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