CUANDO DIOS NO DA HIJOS
“Pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”
(Filipenses 4:11).
Cuánta ansiedad de espíritu sufren algunos matrimonios porque no tienen hijos! Tienen muchas otras cosas positivas en su vida, pero no tener descendientes amarga todo lo demás.
Abraham mismo sufría por esta razón: “Señor Jehová, ¿qué me darás,
siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?… Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi
heredero un esclavo nacido en mi casa” (Gn. 15:2-3). La pasión de Raquel era aún más intensa: “Dame hijos”, le dijo a su marido, “o si no, me muero” (Gn. 30:1). Los hijos son una bendición muy grande, son
prometidos como tales en el Salmo 128:3-4 y en otros pasajes. Efectivamente, son una de las flores más dulces que crecen en el jardín de las dichas terrenales. Por eso, es difícil para algunos conformarse con no
tenerlos. Pero sea quien sea usted que sufre esto, le ruego que de cualquier manera procure lograr contentamiento. Para lograrlo, considere:
(1) Es el Señor quien niega este favor. Porque lo da o no lo da según le parece bien. La Providencia no se hace más evidente en ninguna esfera
humana que en esta de los hijos, si habrá muchos o pocos, algunos o
ninguno, todo depende de la voluntad de Dios. Cuando Raquel se mos-
tró tan desesperada por no tener hijos, Jacob la reprendió duramente:
“¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?” (Gn. 30:2).
“He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del
vientre” (Sal. 127:3). “Él hace habitar en familia a la estéril, que se goza
en ser madre de hijos” (Sal. 113:9). Pensar seriamente en estos pasajes
¿acaso no traería paz al corazón? Cuando Dios ordena algo, ¿nos vamos
a disgustar o inquietar por lo que hace? ¿Acaso no puede él derramar
sus bendiciones donde le plazca? Por otro lado, si nos las da, estemos
agradecidos por su bondad; si no las da, aceptemos con paciencia su
soberanía.
(2) A veces niega este favor, pero da otros mejores. Dios no da hijos, pero
se da a sí mismo, ¿no es él “mejor que diez hijos?”, como le dijo Elcana
a Ana refiriéndose a él mismo. (1 S. 1:8). El Señor prometió que daría
un “nombre mejor que el de hijos e hijas” (Is. 56:5). No hay razón al-
guna para que los que tienen ese “nombre mejor” murmuren porque
les falta aquello que es peor. Aquellos que cuentan a Dios como su Padre en los cielos debieran contentarse con no tener hijos en la tierra. Si Dios no me da lo menor, pero me da lo que es mayor, ¿tengo razón para
indignarme?...
(3) A veces son retenidos por mucho tiempo, pero al final Dios los da. Tenemos muchos ejemplos de esto. El caso nunca está perdido mientras
nos mantengamos sumisos y esperemos. Quizá Dios quiera darnos ese favor, después de contentarnos con no haberlo recibido al tiempo nuestro.
(4) Si los hijos son dados después de apartarse uno del Señor y desearlos de una manera irregular, es cuestionable si los dio como un favor. ¡Y es de temer que en este caso, los hijos no provienen necesariamente por la misericordia de Dios! Lo que obtenemos descontentos, rara vez nos contenta. ¡Cuántos padres de familia han vivido esta verdad! No estuvieron
tranquilos hasta tener hijos y después de tenerlos tampoco lo estuvieron porque estos resultaron ser tan desobedientes, testarudos e inútiles
que fueron más motivo de irritación que el no haberlos tenido.
(5) Los hijos son de gran bendición, pero las bendiciones comúnmente vienen mezcladas con dificultades. La rosa tiene su hermosura, pero también tiene sus espinas, y lo mismo sucede con los hijos. ¡Oh, las preocupaciones, los temores e inquietudes que causan a los padres! Son preocupaciones seguras y consuelos inseguros, como dicen algunos. Vemos solo lo dulce de esta relación y eso nos inquieta; si viéramos también lo amargo, estaríamos más tranquilos.
(6) Si hubiéramos recibido este favor cuando más lo anhelábamos y esperábamos, hay mil probabilidades contra una que hubiera dominado demasiado
nuestro corazón. ¡Y la consecuencia de eso sería fatal por muchas razones! Por lo tanto, previendo Dios esto, es por su bondad y su amor que
no nos lo otorga.
Creo que considerar todas estas cosas en relación con la falta de hijos, da contentamiento al corazón.
Tomado de “How Christians May Learn in Every State to be Content” (Cómo pueden los cristianos aprender a contentarse cualquiera que sea su situación)
en Puritan Sermons, Tomo 2, Richard Owen Roberts, Editores.
_______________________
Thomas Jacombe (1623-1687): Pastor presbiteriano inglés; hombre de vida ejemplar y gran erudición; nacido en Melton Mowbray, Leicestershire, Reino
Unido.
(Filipenses 4:11).
Cuánta ansiedad de espíritu sufren algunos matrimonios porque no tienen hijos! Tienen muchas otras cosas positivas en su vida, pero no tener descendientes amarga todo lo demás.
Abraham mismo sufría por esta razón: “Señor Jehová, ¿qué me darás,
siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?… Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi
heredero un esclavo nacido en mi casa” (Gn. 15:2-3). La pasión de Raquel era aún más intensa: “Dame hijos”, le dijo a su marido, “o si no, me muero” (Gn. 30:1). Los hijos son una bendición muy grande, son
prometidos como tales en el Salmo 128:3-4 y en otros pasajes. Efectivamente, son una de las flores más dulces que crecen en el jardín de las dichas terrenales. Por eso, es difícil para algunos conformarse con no
tenerlos. Pero sea quien sea usted que sufre esto, le ruego que de cualquier manera procure lograr contentamiento. Para lograrlo, considere:
(1) Es el Señor quien niega este favor. Porque lo da o no lo da según le parece bien. La Providencia no se hace más evidente en ninguna esfera
humana que en esta de los hijos, si habrá muchos o pocos, algunos o
ninguno, todo depende de la voluntad de Dios. Cuando Raquel se mos-
tró tan desesperada por no tener hijos, Jacob la reprendió duramente:
“¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?” (Gn. 30:2).
“He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del
vientre” (Sal. 127:3). “Él hace habitar en familia a la estéril, que se goza
en ser madre de hijos” (Sal. 113:9). Pensar seriamente en estos pasajes
¿acaso no traería paz al corazón? Cuando Dios ordena algo, ¿nos vamos
a disgustar o inquietar por lo que hace? ¿Acaso no puede él derramar
sus bendiciones donde le plazca? Por otro lado, si nos las da, estemos
agradecidos por su bondad; si no las da, aceptemos con paciencia su
soberanía.
(2) A veces niega este favor, pero da otros mejores. Dios no da hijos, pero
se da a sí mismo, ¿no es él “mejor que diez hijos?”, como le dijo Elcana
a Ana refiriéndose a él mismo. (1 S. 1:8). El Señor prometió que daría
un “nombre mejor que el de hijos e hijas” (Is. 56:5). No hay razón al-
guna para que los que tienen ese “nombre mejor” murmuren porque
les falta aquello que es peor. Aquellos que cuentan a Dios como su Padre en los cielos debieran contentarse con no tener hijos en la tierra. Si Dios no me da lo menor, pero me da lo que es mayor, ¿tengo razón para
indignarme?...
(3) A veces son retenidos por mucho tiempo, pero al final Dios los da. Tenemos muchos ejemplos de esto. El caso nunca está perdido mientras
nos mantengamos sumisos y esperemos. Quizá Dios quiera darnos ese favor, después de contentarnos con no haberlo recibido al tiempo nuestro.
(4) Si los hijos son dados después de apartarse uno del Señor y desearlos de una manera irregular, es cuestionable si los dio como un favor. ¡Y es de temer que en este caso, los hijos no provienen necesariamente por la misericordia de Dios! Lo que obtenemos descontentos, rara vez nos contenta. ¡Cuántos padres de familia han vivido esta verdad! No estuvieron
tranquilos hasta tener hijos y después de tenerlos tampoco lo estuvieron porque estos resultaron ser tan desobedientes, testarudos e inútiles
que fueron más motivo de irritación que el no haberlos tenido.
(5) Los hijos son de gran bendición, pero las bendiciones comúnmente vienen mezcladas con dificultades. La rosa tiene su hermosura, pero también tiene sus espinas, y lo mismo sucede con los hijos. ¡Oh, las preocupaciones, los temores e inquietudes que causan a los padres! Son preocupaciones seguras y consuelos inseguros, como dicen algunos. Vemos solo lo dulce de esta relación y eso nos inquieta; si viéramos también lo amargo, estaríamos más tranquilos.
(6) Si hubiéramos recibido este favor cuando más lo anhelábamos y esperábamos, hay mil probabilidades contra una que hubiera dominado demasiado
nuestro corazón. ¡Y la consecuencia de eso sería fatal por muchas razones! Por lo tanto, previendo Dios esto, es por su bondad y su amor que
no nos lo otorga.
Creo que considerar todas estas cosas en relación con la falta de hijos, da contentamiento al corazón.
Tomado de “How Christians May Learn in Every State to be Content” (Cómo pueden los cristianos aprender a contentarse cualquiera que sea su situación)
en Puritan Sermons, Tomo 2, Richard Owen Roberts, Editores.
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Thomas Jacombe (1623-1687): Pastor presbiteriano inglés; hombre de vida ejemplar y gran erudición; nacido en Melton Mowbray, Leicestershire, Reino
Unido.
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