LA DICHA DE LOS HOGARES SANTOS (I PARTE)

Este escrito  pertenece al SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON CON MOTIVO DE LA DEDICACIÓN DE LA ‘CASA DEL JUBILEO’ EN CONMEMORACIÓN DEL QUINCUAGÉSIMO CUMPLEAÑOS DEL AMADO PASTOR, EL 19 DE JUNIO DE 1884. SELECCIONADO PARA SER LEÍDO EL DOMINGO 17 DE OCTUBRE DE 1897.

Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos; la diestra de
Jehová hace proezas. La diestra de Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace valentías.” Salmo 118:15-
16.


Hay dicha en las Familias de los Justos.




Gracias a Dios, eso es divinamente cierto. Una vez, el paraíso fue el hogar
del hombre; y ahora, para el hombre bueno, su hogar es el paraíso. Puedo
decir que, hasta cierto punto, esto es en proporción a la salvación que es
encontrada en la familia. Si una o dos personas son convertidas dentro de
una familia numerosa, es algo por lo que hay que alabar a Dios, porque
toma “uno de cada ciudad, y dos de cada familia”, y los introduce en Sion;
sin embargo, la dicha será más bien una suave melodía en vez de una
armonía exultante. Si la esposa es convertida como también el esposo, ¡qué consuelo es para ambos! Ahora se ocuparán dos partes de la música, y el himno será cantado más dulcemente. Si dos caballos jalan juntos un carruaje, cuán bien se desplaza al rodar; pero si uno va hacia atrás y el otro hacia adelante, habrá mucha molestia si es que no hay un daño. Yo he visto a dos bueyes en un yugo, y he observado cómo trabaja coordinadamente un
verdadero equipo de bueyes en una yunta, al punto de echarse juntos,
levantarse juntos, y moverse juntos al mismo paso: donde no ocurre eso, la
dificultad y la inconveniencia hacen que arar sea una tarea difícil.
Si el esposo y la esposa son ambos convertidos, están por alcanzar todavía una dicha mayor, pues comenzarán a orar por sus hijos. Aquellos hijos que les son dados constituirán su ansiosa preocupación hasta que ellos también nazcan para Dios. Ellos experimentarán un gran deleite cuando uno de sus
seres queridos diga: “he entregado mi corazón a Cristo”, y sea capaz de
expresar su fe en Jesús, y dar una razón de la esperanza que hay en él. La copa de la dicha se llenará aún más cuando otro venga y diga: “quiero ser contado en el rebaño de Cristo.” Muchos de nosotros podemos decir: “todos mis hijos son hijos de Dios: ellos van conmigo de mi mesa a la mesa del Señor: tengo una iglesia en mi casa, y todos los miembros de mi hogar están en la iglesia”. Aquí hay un cuadro, un patrón, un dechado, un paraíso. Podríamos decir lo mismo que dijo una vez un ministro de Cristo acerca de sus hijos espirituales: “no tengo mayor gozo que oír que mi hijos caminan en la verdad”.
Es mejor, querido padre, querida madre, que tus hijos y tus hijas sean
herederos de Dios a que pudieras hacerlos herederos de una vasta hacienda; es mejor que sean buenos, que notables; es mejor que sean benevolentes, que famosos. Si están casados con Cristo, no tienes que angustiarte por encontrarles cónyuges, y si sirven al Señor, no necesitas preocuparte por
sus asuntos. Mientras vivas, serán tu consuelo, y cuando mueras, los
dejarás en mejores manos que tus propias manos. Su futuro está bien
garantizado, puesto que está escrito: “En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra.”
Yo creo que es generalmente cierto que la dicha en una familia va mayormente en proporción a la gracia que haya en sus miembros. Las circunstancias y las pruebas peculiares podrían causar excepciones a la regla, pero, en general, esto será válido. Entonces, busquen la salvación de todo su hogar.
Aquí cometería una triste omisión si no dijera que es una mayor dicha si el círculo salvado incluye, no únicamente a los padres y a los hijos, sino también a los sirvientes. Un siervo servicial y fiel es un gran consuelo; y estar rodeado por aquellos que temen al Señor, es una de las bendiciones más especiales de esta vida mortal. No debemos estar contentos en tanto que un solo empleado doméstico, en nuestro hogar, permanezca siendo
inconverso. La niñera, la muchacha que viene para trabajar una parte del
día, el limpiabotas, y todos aquellos que son empleados ocasionalmente
para hacer trabajos extras, deben ser considerados por la señora de la casa y por sus compañeros sirvientes. Deberíamos orar porque todos aquellos que traspasan nuestro umbral tengan un nombre y un lugar en la casa de Dios.
¿Por qué no habría de ser así? ¿No deberíamos censurarnos a nosotros
mismos, a menudo, porque hemos sido olvidadizos de aquellos que
ministran para nuestro consuelo? ¡Oh, que todos aquellos que nos sirven
sirvieran a Dios! ¡Oh, que todos aquellos que sirven a nuestra mesa coman pan en el reino de nuestro Padre, y que todos aquellos que moran bajo nuestro techo, tengan un lugar en las muchas mansiones de arriba!
Ahora damos un paso hacia adelante, y comentamos que el gozo al que se
alude aquí, es principalmente espiritual. El temor de Dios tiende a hacer feliz al hombre en todos los sentidos, mental, social y espiritualmente. Es
luz para los ojos, música para los oídos, y miel para la boca. Es un
endulzante universal. El trabajo ordinario de la vida se desarrolla
fácilmente cuando las ruedas son aceitadas con la gracia. Deberíamos
ambicionar que nuestro hogar sea un templo, que nuestras comidas sean
sacramentos, que nuestros vestidos sean ornamentos, y que nosotros
mismos seamos sacerdotes para Dios, y que nuestra vida entera sea un
sacrificio de alabanza a Él.
Hay hogares donde el Señor Jesús es el Maestro, tanto del jefe del hogar
como de los siervos, y donde el Espíritu Santo es el espíritu que preside en toda la economía hogareña. Las dificultades que turban a otros nunca molestan allí, pues el amor las previene. Todos son benevolentes; todos están ansiosos de ser buenos, y de hacer el bien y de volverse buenos. Por
consiguiente, las pendencias y las riñas son desconocidas; no se permite
que las pequeñas diferencias se conviertan en disputas. Las envidias y los altercados, las griterías y las pláticas no edificantes, son suprimidos; aunque estas cosas brotan incluso entre quienes son parientes cercanos, sin embargo, los corazones benevolentes no tolerarán su existencia. Cada uno otorga la debida consideración a los demás: se mantienen los lugares apropiados según la regla del Nuevo Testamento, y el resultado es que el ángel está en la casa, y el diablo ve la señal sobre la puerta, y no se atreve a
entrar.

“Bienaventurado es el hombre que tiene temor Y se deleita en el Señor,
Dios le dará como galardón
La riqueza, la riqueza que alegra verdaderamente;
Y sus hijos
Serán bendecidos en
torno a su mesa.”

Sí, la dicha principal en las tiendas de los justos es de naturaleza espiritual;
el padre tiene gozo, porque es salvado en el Señor con una salvación
eterna; la madre tiene gozo, porque ella también ha visto abierto su
corazón, como Lidia, para oír y recibir la Palabra; los amados hijos tienen
gozo, cuando ofrecen sus pequeñas oraciones y cuando hablan con Jesús, a quien aman sus almas. No creo experimentar un gozo mayor que cuando, a veces, tengo que recibir a una familia entera en la iglesia. Una vez vinieron a verme cinco personas, de un mismo hogar, un buen número de muchachos y muchachas. Es deleitable ver a nuestros amados vástagos entregando sus corazones al Señor al inicio de sus vidas. ¡Allí donde el Señor obra tan misericordiosamente, las madres son felices, los padres son felices, los hermanos son felices y las hermanas son felices! ¡Si son partícipes de ella, que puedan continuar por largo tiempo alabando y bendiciendo Su nombre por esa singular bendición! Yo no conozco a nadie de la familia de mi padre, ni de mi propia familia, que no sea salvo; y, por tanto, yo puedo dirigirlos en la alabanza.
Este tipo de dicha, en tanto que espiritual, no depende de circunstancias externas; no depende de las riquezas ni del honor. El gozo del Señor será encontrado en el palacio de un príncipe, si la gracia de Dios está allí; pero con mucha más frecuencia medra en las casas humildes y en los aposentos
modestos, en donde viven los cristianos que trabajan arduamente para ganarse el sustento, experimentando, con frecuencia, las estrecheces de la pobreza. Se decía antiguamente que los filósofos podían estar alegres sin la música, y yo estoy seguro de que eso más cierto todavía en referencia a los cristianos, quiero decir que pueden ser felices en el Señor cuando las circunstancias temporales están en su contra. Nuestras campanas no necesitan cuerdas de seda para tocar, ni tampoco tienen que ser colocadas
en torres altas. Si nuestra dicha dependiera de acumular oro y plata o de la salud y la fortaleza de todos los miembros de nuestra familia, o de nuestro rango y linaje, podríamos ir llorando a nuestros lechos, y despertar en la mañana cegados por las lágrimas; pero como nuestra dicha brota de otro manantial, y sus gotas preciosas destilan de una fuente más pura, cuyas corrientes fluyen tanto en verano como en invierno, podemos bendecir a Dios por nuestra constante satisfacción. La llama de gozo que arde en las tiendas de los justos es estable, pues es alimentada con óleo santo. Que Dios nos conceda que nunca opaquemos su lustre por pecados de familia contra Dios, o por alguna negligencia en nuestros deberes de los unos para con los otros; pero, ¡que la lámpara sagrada del gozo santo esparza continuamente su brillo en nosotros de generación en generación! Que se diga de nuestra habitación: “Jehová-sama”, “Jehová allí”.

Yo quisiera preguntarle a cualquiera de ustedes, jóvenes, que están recién
casados y acaban de comenzar una nueva vida, ¿cómo pueden esperar tener la felicidad a menos que la busquen en Dios? Ustedes han entregado sus corazones el uno al otro; ¡oh, que hubieran dado sus corazones a Cristo también, pues entonces estarían unidos con Uno de quien no podrían ser separados nunca! Si son uno en Cristo, tendrán una base de unión más firme que las bases que el afecto natural pudiera proporcionarles. Cuando uno de ustedes sea llevado a casa, habrá una breve separación del cuerpo, pero se encontrarán de nuevo y morarán para siempre en el mismo cielo.
Las uniones en el Señor son uniones que tienen la bendición del Señor.
Asegúrense de comenzar como tienen la intención de continuar; es decir,
con esa bendición que enriquece, y que no trae ninguna aflicción con ella.
Si su hogar ha de ser feliz, si los hijos que Dios les dé han de ser su consuelo y su deleite, primero sus propias almas han de ser rectas con Dios.
Si el Señor es el Dios de los padres, Él será el Dios de su simiente. El Dios
de Abraham será el Dios de Isaac, y será el Dios de Jacob, y será el Dios de
José, pues Él guarda Su fidelidad de generación en generación de aquellos
que le aman. Él no echa fuera a Su pueblo, ni tampoco a sus hijos. Si tú
eres un Ismael, ¿qué serán tus hijos? Si estás apartado de Dios, ¿cómo
esperas que tu posteridad esté cerca de Él?

Regresando a mi primer punto, el pueblo de Dios es un pueblo feliz, y su
familia es una familia feliz. Si hay aquí alguna persona cristiana que se
queje: “no soy feliz en casa”, me gustaría preguntarle: “¿no es esa tu propia culpa, querido amigo? Es más, no se enojen porque estoy obligado a hacer la pregunta, pues a menudo encuentro que quienes se quejan de infelicidad en sus propios hogares, son la causa principal de esa infelicidad...

Un famoso estadista francés tenía un semblante tan aterrorizador que un muchacho le preguntó una vez si su rostro no le hacía daño. Ciertamente se les podría hacer la misma pregunta a ciertas personas muy “decorosas”, pues habitualmente están revestidas de tal tenebrosidad que uno pensaría que todo era noche en su interior.
No debe ser así en cuanto a nosotros, sino que la luz del amor debe
circundar nuestro sendero causando que las florecillas de la alegría broten a ambos lados del camino. Hay suficientes sauces llorones juntos a nuestros arroyos; yo quisiera que rebosaran con lirios de agua. Mayor gracia nos capacitaría para glorificar más al Señor, y regocijarnos con una dicha más constante.
Esto basta en cuanto a nuestro primer testimonio: hay dicha en las familias
de los justos.




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