OPINIÓN DE JUAN CALVINO SOBRE LA LEY


OPINIÓN DE JUAN CALVINO SOBRE LA LEY

Luego de su discusión sobre los magistrados (en la tradición monárquica, aristocrática o democrática), Calvino continúa con un análisis sobre la ley, el instrumento por el cual un gobernante puede gobernar al pueblo. En su tratado discute primero la ley de Dios dada por Moisés al pueblo de Israel; y en segundo lugar, desarrolla su pensamiento en relación con la «ley común» de las naciones. En esto, con propiedad sigue a Tomás de Aquino (Suma Teológica, cap. 59, 4) al dividir la legislación mosaica en Ley Moral, Ley Ceremonial y Ley Judicial (Institución, 4. XX, 14). Para Calvino la Ley Moral es la única con permanente actualidad. Leámoslo en sus propias palabras:
Contiene dicha ley dos puntos principales, de los cuales uno manda a honrar simplemente a Dios con pura fe y piedad; y el otro que con verdadero amor y caridad amemos a los hombres; por esta causa ella es la verdadera y eterna regla de justicia, ordenada
para todos los hombres en cualquier parte del mundo que vivan, si quieren regular su vida conforma a la voluntad de Dios. Porque esta es la voluntad eterna e inmutable de Dios: que sea honrado por todos nosotros, y que nos amemos mutuamente los unos a los otros.

Luego entonces, la ley moral es compendiada en los Diez Mandamientos y en la ley del amor (Lv. 19:18; Dt. 6:5; Mat.22:37-39). Previamente había mencionado Calvino que la ley moral está esculpida en nuestros corazones, ley que afirma las mismas cosas que dicen las dos tablas de la ley. Esta es una ley connatural a toda la humanidad gravada en nuestras conciencias.
Ahora bien, todo cuanto hay que saber de las dos Tablas, en cierta manera nos lo dicta y enseña esa ley interior, que antes hemos dicho está escrita y como impresa en los corazones de todos los hombres. Porque nuestra conciencia no nos permite dormir en un sueño perpetuo sin experimentar dentro el sentimiento de su presencia para advertirnos de nuestras obligaciones para con Dios y de mostrarnos sin lugar a dudas la diferencia que existe entre el bien y el mal, y así acusarnos cuando no cumplimos con nuestro deber. Y en lo tocante a la esfera civil de la ley, Calvino estima que lo oscuro que queda de la ley moral la cual está impresa en la conciencia de todos los hombres, todavía sirve a los propósitos de la justicia. Esta surge de la «equidad», y dicha «equidad» debe ser la regla y límite de todas las leyes.Esta doctrina de la equidad es básica en la enseñanza de Calvino al afirmar la importancia de ella en los códigos legales, en las políticas legislativas de los Congresos, jurisprudencias de las Cortes de Justicia y Constitucionales. Pero, ¿cuál es el problema con todos estos instrumentos estatales y jurídicos en el día de hoy? El problema es que desde hace mucho tiempo la gran mayoría de nuestros magistrados y congresistas de las naciones «excluyeron» a Dios de sus vidas, y al hacerlo han producido leyes injustas que no honran a Dios ni traen justicia a los gobernados. De ahí que Calvino dijera:

Ambas cosas nos las muestra el Señor en su Ley. En ella, atribuyéndose
en primer lugar la autoridad de mandar, nos enseña 
el temor y la reverencia que debemos a su divina majestad, y nos 
enseña en qué consiste esta reverencia. Luego, al promulgar la
regla de su justicia (a la cual nuestra mala y corrompida 
naturaleza es perpetuamente contraria y siente repugnancia de la misma, no pudiendo corresponder a ella con la perfección que exige, por ser nuestra posibilidad de hacer el bien muy débil) nos convence de nuestra impotencia y de la injusticia que existe en nosotros.

Continuando en esta misma línea de pensamiento, Calvino evita toda traza de biblicismo. Toda ley, en cualquier país, que se deriva de la ley moral de Dios, «no debe desagradarnos, aunque no convengan con la ley de Moisés, o entre ellas mismas» (Ibid. 4. XX, 16). Examinando la cuestión de las otras leyes, la ceremonial y la judicial, estima que no rigen ya para ninguna nación. La ley ceremonial fue cumplida en su totalidad por Cristo Jesús. (Libro 4. Cap. XX, 15 y Libro 2. Cap. VII, 16). Mientras que de la ley judicial judía afirma categóricamente que no es autoritativa para todas las naciones, y sin embargo, el principio de equidad subyacente, ha de ser adaptado a las diferentes situaciones en diferentes tiempos. «Por tanto, así como las ceremonias han sido abolidas, quedando en pie íntegramente la verdadera piedad y religión, así todas las referidas leyes judiciales pueden ser mudadas y abrogadas sin violar en manera alguna la ley del amor». Ahora bien, este tratado de Calvino reviste hoy importancia al ver la forma cómo las naciones se despedazan unas a otras o internamente por corrupción y criminalidad. Al leer su libro 4. Cap. XX punto 16, allí nos damos cuenta la manera en que Calvino habló de las variaciones legítimas de las leyes contra los criminales que los gobiernos ya venían haciendo. Dicha variedad de leyes no han surgido del Antiguo Testamento, sino de la expresión de la divina ley natural o conciencia moral. En su comentario a la carta a los Romanos (1:21,22; 2:14,15), Calvino trata con más detalles la forma como está enraizada la ley moral en el corazón de los hombres. Ahora bien, entender aquí correctamente a Calvino es notar que su entendimiento de leyes judiciales en las naciones, está más directamente relacionada con la ley natural o positiva que con la legislación del Antiguo Testamento especialmente el Pentateuco. De ahí que el consejo que nos ofrece John T. MacNeill es acertado: En todo esto, Calvino no tiene noción de las modernas interpretaciones de la ley natural. Esta es parte de la dotación divina en el hombre natural, verdaderamente empeorada pero no borrada por el pecado, evidente además en los conceptos de justicia y en la voz interna de la conciencia. De allí que entonces, muy probablemente Calvino hubiera desaprobado la tesis de un jurista como Hugo Grocio (1583-1645) que se atrevió a afirmar que «todos los principios legales identificados como ley natural, habrían tenido un grado de validez aún si Dios no existiera». Esta opinión de Grocio, jurista holandés, es precisamente la tragedia de las naciones de hoy, que desconociendo el principio de que la ley moral fue puesta por Dios en el corazón o conciencia humana, se han entregado a toda suerte de promulgar leyes sin atender los lineamientos de la verdadera equidad y justicia que proviene de Dios. Cito aquí la preocupación del gobernador del Estado de California en los EE. UU. Arnold Schwarzenegger en el año 2009 quien llamando al presidente Barak Obama le declaró la espantosa realidad de que no hay más cupo en las cárceles para todos los criminales e infractores de la ley. Esto mismo está ocurriendo en el mundo latino en particular. En mi país Colombia, desde el año 1980 se han construido 32 grandes cárceles, y el gobierno de Álvaro Uribe (2009) anuncia la construcción de otras ocho más. Lo mismo ocurre a Argentina, y en México igual donde la criminalidad se ha desbordado. Aparte de la corrupción connatural del hombre y del rampante paganismo que aún nos acompaña producto del pecado contra Dios y el prójimo, uno de los motivos que también más genera «exasperación y desorden» en las modernas sociedades es en definitiva la corrupción moral de nuestros dirigentes. En estos tiempos la gran mayoría de los políticos han caído en una peor impiedad al grado tal de detener con injusticia la verdad (Rom. 1:18), porque para ellos priman las «ganancias injustas» y los intereses de su grupo político. En casi todas las naciones el modus vivendi de los magistrados, políticos en general y senadores, consiste en aprovechar el logro de su elección para alcanzar el enriquecimiento personal con los dineros del Estado o erario público. Y para alcanzar dicho pináculo, muchas veces se miente y se comenten horribles falsedades. La corrupción campea en casi todos los Estados Latinoamericanos; en parte porque la iglesia evangélica no cree necesario hacer escuchar la voz del evangelio de Cristo en esas latitudes. Otras veces por física indiferencia, otras por un pietismo mal entendido, y otra por total y virtual incompetencia filosófica y teológica.

¿Vigencia de la ley judicial de Moisés?
Esta temática nos conduce a revisar indiscutiblemente la interpretación que del Antiguo Testamento han hecho teonomistas o reconstruccionistas en cabeza de Rousas J. Rushdoony en los Estados Unidos. En su penetrante enfoque interpretativo de las Escrituras, le han seguido otros teólogos como Gary North, Greg Bahnsen, David Chilton,Gary DeMar y otros más. Para R. J. Rushdoony, fallecido teólogo del ministerio Chalcedon, la ley judicial de Moisés en el Antiguo Testamento nunca fue abolida por Cristo. Está vigente en opinión de este grupo de calvinistas. Rushdoony aboga por una resocialización diferente de los presos, pero a los criminales aviesos y aleves, a los homosexuales, a los herejes, etc., que no se corrigen de ninguna forma, se les aplicaría la pena capital para vindicación de la ley y el honor de Dios. La lógica conclusión entonces sería tener cárceles con pocos individuos.De otro lado, el teólogo francés Jean Carbonnier, en su estudio sobre «La Ley de Dios en el Pensamiento de Calvino» sostiene que de acuerdo a los sermones predicados por el reformador sobre el Deuteronomio, positivamente Calvino está inclinado a la continuidad y validez de la ley judicial del Antiguo Testamento. De esta manera, los teonomistas en Estados Unidos tienen sus defensores y detractores; se trata de una larga controversia que lleva muchos años. Unos y otros buscan apoyo en los escritos de Calvino y de otros teólogos de renombre para fortalecer su causa. Douglas F. Kelly, es de la opinión de que Calvino rechazó la ley judicial del Antiguo Testamento como continuación lógica para ser aplicada por las naciones modernas.

Los tres usos de la Ley de Dios
Edificando sobre San Agustín de Hipona, Calvino fue uno de los primeros que dentro de un campo teológicoético mencionó los tres usos de la ley de Dios para tiempos modernos. El primero consiste en que la ley sirve para mostrarnos la perfecta justicia de Dios al señalar nuestra extrema y condenable pecaminosidad, y por ende, nos conduce a Cristo como Señor y Salvador (Libro 2. Cap. VII, 6, 8,9). En segundo lugar, la ley sirve para infundir temor a los hombres malos, esto hace que los criminales se refrenen de pecar a causa del castigo (2. VII, 10,11). En tercer lugar, la ley sirve de forma positiva como guía moral para el pueblo de Dios (2. VII, 12). Calvino hizo un énfasis especial en este tercer uso de la ley a fin de que sirviera de instrucción no solo para la iglesia sino para la sociedad. Tuvo el propósito de que una enseñanza vigorosa de esta parte de las Escrituras traería la restauración del hombre caído a imago Dei a fin de fortalecer la vida social y la vida estatal, y todo para la gloria de Cristo. Relativo a este asunto Calvino escribió: No será ahora difícil ver cuál es la intención y el fin de toda la Ley: a saber, una justicia perfecta, para que la vida del hombre esté del todo conforme con el dechado de la divina pureza. Porque de tal manera pintó Dios en ella su naturaleza y condición, que si alguno cumpliese lo que en ella está mandado, reflejaría en su vida en cierta manera la imagen misma de Dios.

Para Calvino entonces, el último propósito de la Ley tanto en la esfera «espiritual» como en lo «civil» es la búsqueda de la gloria de Dios, quien es la fuente de toda ley, autoridad y gracia por la redención en Cristo. Es por ello que Calvino buscó que la iglesia desempeñara un protagonismo santo y efectivo en la sociedad para que el reino de Cristo fuera extendido y el mal y la corrupción fuera obstaculizado de forma ejemplar.

Por: Mario Cely Q.

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