¿ME AMAS? (PARTE I) Por J.C. Ryle
¿Me amas? (Jn 21:16)
(Parte I)
La pregunta que encabeza este mensaje fue dirigida por Cristo al apóstol Pedro. Sería imposible formular una pregunta más importante. Mil ochocientos (a la fecha son mas de dos mil) años han pasado desde que esas palabras fueron dichas, no obstante, hasta hoy la pregunta continúa siendo la más perspicaz y útil.
Resiento poner este tremendo tema en la atención de cada lector de este mensaje. No es un tema meramente para entusiastas y fanáticos. Merece la consideración de cada cristiano sensato que cree en la Biblia. Nuestra propia salvación está vinculada a ella. Vida o muerte, cielo o infierno dependen de nuestra capacidad para contestar esta simple pregunta ¿“Amas a Cristo”?
Dos son los puntos que deseo presentar para abrir el tema:
1. Déjenme mostrar el peculiar sentimiento de un verdadero cristiano hacia Cristo – Él lo ama. Un verdadero cristiano no es meramente un hombre o mujer bautizados. Es algo más. No es la persona que sólo va, como un tema de forma, a una iglesia o capilla los domingos y vive el resto de la semana como si no hubiese un Dios. La formalidad no es cristianismo. Adoración de labio ignorante no es verdadera religión. Las Escrituras dicen expresamente “No todos los que descienden de Israel son israelitas” (Rom. 9:6). La lección práctica de estas palabras en clara y simple. No todos los miembros de la iglesia visible de Cristo son verdaderos cristianos.
El verdadero cristiano es uno cuya religión está en su corazón y vida. La siente en su corazón. Es observada por los otros en su conducta y estilo de vida. Siente su pecaminosidad, culpa y maldad y se arrepiente. Ve a Jesucristo como el divino Salvador que su alma necesita y se compromete a sí mismo a Él. Se desviste del viejo hombre con sus hábitos carnales y corruptos y se viste con el nuevo hombre. Vive una vida nueva y santa, peleando habitualmente contra el mundo, la carne y el demonio. Cristo mismo es la piedra angular de su cristianismo. Pregúntenle en qué confía para el perdón de sus muchos pecados y les dirá en la muerte de Cristo. Pregúntenle en qué rectitud espera comparecer inocente en el día del juicio y les dirá que en la rectitud de Cristo. Pregúntenle por cuál parámetro trata de enmarcar su vida y les contestará que por el ejemplo de Cristo.
Sin embargo, además de todo esto, en un verdadero cristiano existe una cosa que es sumamente particular en él. Esa cosa es amor a Cristo. Conocimiento, fe, esperanza, reverencia, obediencia son todas marcas distintivas del carácter de un verdadero cristiano. Pero esa foto sería muy imperfecta si omite su “amor” a su Divino Maestro. No sólo sabe, confía y obedece, va más allá que esto – ama.
Esta marca particular de un verdadero cristiano es una que encontramos mencionada en repetidas ocasiones en la Biblia. “Fe hacia nuestro Señor Jesucristo” es una expresión que con la cual muchos cristianos están familiarizados. No olvidemos que el amor es mencionado por el Espíritu Santo en términos casi tan enfáticos como la fe. Igualmente grande como el peligro de aquel “que no cree” es el peligro de aquel “que no ama”. No creer y no amar, ambos son pasos hacia la ruina eterna.
Escuche lo que Pablo dice a los corintios “Si alguno no ama al Señor Jesucristo, sea Anatema. Maranata”
(1 Cor. 16:22). Pablo no da una vía de escape al hombre que no ama a Cristo. No le da tregua ni excusa. Un hombre puede adolecer de una mente clara, conocimiento y aún así ser salvo. Puede faltarle coraje y ser vencido por el miedo al hombre, como Pedro. Puede caer estrepitosamente, como David, y aún así levantarse nuevamente. Pero si un hombre no ama a Cristo, no está en el camino de la vida. La maldición ya está sobre él. Él está en el camino ancho que conduce a la destrucción.
Escuche lo que Pablo dice a los efesios: “La gracia esté con todos aquellos que aman a nuestro Señor Jesucristo con sinceridad” (Efe. 6:24). El apóstol envía aquí sus buenos deseos y declara su buena voluntad a todos los verdaderos cristianos. A muchos de ellos, sin duda, no los había visto nunca. Muchos de ellos en la iglesia primitiva, podemos estar muy seguros, eran débiles en fe y conocimiento y abnegación. ¿Cómo, entonces, los describiría al enviarles su mensaje? ¿Qué palabras puede usar para no desalentar a los hermanos más débiles? El escoge una expresión radical que describe exactamente a todos los verdaderos cristianos bajo un nombre común. No todos habían alcanzado el mismo grado, ya sea en doctrina o práctica, pero todos amaron a Jesús con sinceridad.
Escuche lo que nuestro Señor Jesucristo mismo dice a los judíos. “Si Dios fuera su Padre, ustedes Me amarían” (Jn. 8:42). Él vio a sus desacertados enemigos satisfechos con su condición espiritual, sobre la única base de que eran hijos de Abraham. Los vio, como muchos cristianos ignorantes de nuestros días, alegando ser hijos de Dios por ninguna razón mejor que esta: eran circuncidados y pertenecían a la iglesia judía. Él establece el amplio principio de que ningún hombre es hijo de Dios, si no ama al único hijo engendrado de Dios. Ningún hombre tiene el derecho a llamar a Dios “Padre” si no ama a Cristo. Bueno sería para muchos cristianos recordar que este poderoso principio se aplica tanto a ellos como a los judíos. ¡Sin amor a Cristo no hay filiación con Dios!
Escuche una vez más lo que nuestro Señor Jesucristo dijo al apóstol Pedro, tras Su resurrección. Tres veces le hizo la pregunta: “Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas? (Jn 21:15-17). La ocasión era notable. Él quiso gentilmente recordarle a Su errático discípulo de su triple caída. El deseaba obtener una nueva confesión de fe antes de reinstaurar públicamente en él su comisión de alimentar la iglesia. ¿Y cuál fue la pregunta que Le hizo? ¿Él podría haber dicho “Crees? ¿Eres convertido? ¿Estás preparado para confesarme? ¿Me obedecerás? No usa ninguna de estas expresiones. Él dice simplemente ¿“Me amas”? Este es el punto, que querría supiéramos, sobre el cual el cristianismo de un hombre depende. Tan simple como la pregunta pueda sonar, era la más escrutadora. Simple, fácil de asir para el hombre pobre más iletrado, contiene el tema que pone a prueba la realidad del más aventajado apóstol. Si un hombre verdaderamente ama a Cristo, está todo bien, si no, todo está mal.
¿Conoce usted el secreto de este peculiar sentimiento hacia Cristo que define al verdadero cristiano? Las palabras de Juan lo dicen: “Lo amamos porque primeramente Él nos amó” (1ª Jn 4:19). Ese texto sin duda se aplica especialmente a Dios el Padre, pero no es menos verdadero con Dios el Hijo.
Un verdadero cristiano ama a Cristo por todo lo que Él ha hecho por él. Él ha sufrido en su lugar y murió por él en la cruz. Él lo ha redimido de la culpa, el poder y las consecuencias del pecado por Su sangre. Él lo ha llamado por Su Espíritu al conocimiento propio, al arrepentimiento, a la fe, a la esperanza y a la santidad. Él ha perdonado la multitud de sus pecados y los ha borrado. Lo ha libertado de su cautividad del mundo, la carne y el demonio. Él lo ha sacado del infierno, puesto en el camino angosto y ha dispuesto su cara hacia el cielo. Él le ha dado luz en vez de oscuridad, paz de consciencia en lugar de intranquilidad, esperanza en lugar de incertidumbre, vida en lugar de muerte. ¿Puede sorprenderse que el verdadero cristiano ame a Cristo?
Y además lo ama a Él por todo lo que continúa haciendo. Siente que Él está diariamente lavando sus muchas transgresiones y debilidades, y defiendo la causa de su alma ante Dios. Diariamente está supliendo todas las necesidades de su alma y proveyéndolo a cada momento con una provisión de misericordia y gracia. Diariamente lo está dirigiendo por Su Espíritu a la ciudad de habitación, soportando junto a él cuando es débil e ignorante, levantándolo cuando tropieza y cae, protegiéndolo contra sus enemigos, preparándole una morada eterna en el cielo. ¿Puede sorprenderse que el verdadero cristiano ame a Cristo?
¿Ama el deudor encarcelado al amigo que inesperada e inmerecidamente paga todas sus deudas, lo suple con capital fresco y se asocia con él? ¿Ama el prisionero de guerra al hombre que, con el riesgo de su propia vida, rompe las líneas del enemigo, lo rescata y lo libera? ¿Ama el marinero que se ahoga al hombre que se tira al mar, nada hasta él, lo toma por el pelo de su cabeza y a través de un esfuerzo poderoso lo salva de tumba de las aguas? Hasta un niño puede contestar preguntas como estas. De esa misma forma, y sobre los mismos principios, un verdadero cristiano ama a Jesucristo.
a. Este amor a Cristo es la inseparable compañía de una fe salvadora. Un hombre puede sin amor tener una fe en demonios, una fe meramente intelectual, pero no la fe que salva. El amor no puede usurpar el oficio de la fe. No puede justificar. No une el alma a Cristo. No puede traer paz a la consciencia. Sin embargo donde existe una fe real justificadora en Cristo siempre habrá amor de corazón a Cristo. Aquel que es realmente perdonado es el hombre que realmente amará (Luc. 7:47). Si un hombre no tiene ningún amor por Cristo, usted puede estar seguro de que no tiene fe.
b. Amar a Cristo es el motivo principal del trabajo por Cristo. Poco se hace por Su causa en la tierra desde el sentido del deber, o desde el conocimiento de lo que es correcto o apropiado. El corazón debe estar involucrado antes que las manos muevan y continúen moviendo. La excitación puede galvanizar las manos de un cristiano en una actividad irregular y espasmódica. Sin embargo, sin amor no habrá ninguna paciente continuidad en hacer el bien, ningún trabajo misionero incansable en casa o fuera de ésta. La enfermera en un hospital puede hacer su deber adecuadamente y bien, puede dar su medicina al hombre enfermo en el momento correcto, puede alimentarlo, ministrarlo y atender todas sus necesidades, no obstante, hay una diferencia gigantesca entre la enfermera y la esposa tendiendo la cama de su enfermo y amado esposo, o una madre cuidando a su hijo moribundo. La una actúa desde el sentido del deber y la otra por afecto y amor. La una hace su deber porque se le paga por ello, la otra es lo que es a causa de su corazón. Esto es lo mismo si aplicado al servicio de Cristo. Los grandes trabajadores de la iglesia, los hombres que han liderado vanas esperanzas en el campo misionero, y puesto al mundo de cabezas, todos han sido eminentemente amantes de Cristo.
Examine los carácteres de Owen y Baxter, de Rutherford y George Herbert, de Leighton y Hervey, de Whitefield y Wesley, de Henry Martyn y Judson, de Bickersteth y Simeon, de Hewitson y McCheyne, de Stowell y M’Neile. Estos hombres han dejado una marca en el mundo. ¿Y cuál es el rasgo común en sus carácteres? Todos ellos amaron a Cristo. No sólo mantuvieron un credo. Ellos amaron a una Persona, al mismo Señor Jesucristo.
c. Amar a Cristo es el punto del que debemos preocuparnos especialmente al enseñar religión a los niños. Elección, rectitud imputada, pecado original, justificación, santificación y aún la misma fe son materias que algunas veces intrigan a un niño en sus tiernos años. Sin embargo amar a Jesús parece estar más al alcance de su entendimiento. Aquel que los amó a ellos incluso hasta Su muerte, Aquel al que deben amar en retribución, es un credo que encuentra luz en sus mentes. Cuán verdad es que ¡“de la boca de los bebes y los que maman, Tú tienes alabanza perfecta”! (Mat. 21:16). Existen millares de cristianos que conocen cada artículo del credo Atanasiano , Niceno y Apostólico y aún así saben menos que un niño pequeño que sólo sabe que ama a Cristo, sobre el cristianismo verdadero.
d. Amar a Cristo es el punto común de todos los creyentes de cada rama de la Iglesia de Cristo en la tierra. Sean episcopales o presbiterianos, bautistas o independientes, calvinistas o arminianos, metodistas o moravos , luteranos o reformados, establecidos o libres – al menos en esto, todos están de acuerdo. De las formas y ceremonias, de la forma de gobierno y modos de adoración de la iglesia, a menudo difieren ampliamente. Sin embargo, sobre un punto, en todo caso, están unificados. Todos tienen un sentimiento común hacia Aquel en que ellos construyen su esperanza de salvación. Ellos “aman al Señor Jesucristo con sinceridad” (Efe 6:24). Muchos de ellos, quizá, son ignorantes de la divinidad sistémica, podrían argüir pero débilmente en defensa de su credo, pero todos ellos saben lo que sienten por Aquel que murió por sus pecados. “Yo no puedo hablar mucho de Cristo, señor”, dijo una cristiana anciana iletrada al Dr. Chandler, “pero si no puedo hablar por Él, podría morir por Él”.
e. Amar a Cristo será la marca distintiva de todas las almas salvadas en el cielo. La multitud, que ningún hombre puede enumerar, será toda de un solo sentir. Las viejas diferencias se fundirán en un sentimiento común. Las viejas peculiaridades doctrinales, fieramente reñidas en la tierra, serán cubiertas por un único sentido común de deuda a Cristo. Lutero y Zwinglio no disputarán más. Wesley y Toplady no perderán más su tiempo en controversias. Hombres de iglesia y disidentes no se morderán ni devorarán unos a otros más. Todos se encontrarán a sí mismos reunidos en un solo corazón y voz en ese himno de alabanza: “Aquel que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su propia sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre, a Él sea la gloria y el dominio para siempre y por siempre. Amén” (Apo 1:5-6).
Las palabras que John Bunyan pone en la boca del Señor Obstinado, cuando estaba en el río de la muerte, son muy hermosas. Dijo “este río ha sido de terror para muchos, sí, pensar sobre esto a menudo a mí también me ha asustado, sin embargo, ahora mi yo piensa que me siento en calma; mi pie está asentado sobre lo que los pies de los sacerdotes que sostenían el arca estaban mientras Israel atravesó el Jordán. Las aguas son amargas al paladar, y demasiados frías para el estómago, y aún así los pensamientos de lo que estoy viviendo, y el convoy que espera por mí al otro lado, descansa como un carbón encendido en mi corazón. Me veo a mí mismo ahora al final de mi viaje; mis días de fatiga han terminado. Veré la cabeza que fue coronada con espinas, y la cara que fue escupida a causa mía. He vivido antes por oír y por fe pero ahora voy dónde viviré viendo y estaré con Él en cuya compañía me deleito. He amado oír hablar de mi Señor, y dondequiera que he visto la huella de Su calzado en la tierra, allí he codiciado poner mi pie también. Su nombre ha sido para mí la Civet-box(*) ; ¡sí, más dulce que todos los perfumes! Su voz ha sido para mí la más dulce de todas; y he deseado ¡Su semblante más que aquellos que han deseado la luz del sol! ¡Felices son los que saben algo de esta experiencia! Aquel que está en sintonía con el cielo debe saber algo del amor de Cristo. El que muere ignorante de ese amor, le hubiera sido mejor nunca haber nacido.
(*) CIVET-BOX era una caja que contenía una esponja empapada en perfume y amoníaco para soportar los olores de las calles en la ciudades medievales y revivir a aquellos que se desvanecían a causa del hedor.
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