SALMOS PENITENCIALES (Martín Lutero)

Prefacio a los Salmos penitenciales y el primer Salmo Penitencial (Salmo 6)

Prefacio de Martín Lutero.
Entre mis primeros escritos publiqué a su tiempo también los siete salmos penitenciales con una exégesis. Aunque todavía no hallo en ellos nada malo, no obstante, no acerté a menudo el sentido del texto. Lo mismo les suele suceder a todos los maestros en su primer ensayo, también a los antiguos Padres santos, que según Agustín confiesa respecto a su persona, se han perfeccionado diariamente al escribir y enseñar. Así el librito en aquel entonces era suficientemente bueno y aceptable, puesto que no teníamos nada mejor a mano. Empero, ya que el evangelio ahora ha llegado al cénit, brilla espléndidamente, y yo también he progresado desde entonces, tuve por conveniente publicar la obra de nuevo, mejorada y más exactamente basada sobre el texto correcto. Encomiendo con esto a todos los lectores a la gracia de Dios. Amén. 

PRIMER SALMO PENITENCIAL 

SALMO 6   

1. Oh Señor, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues en tu ira.
2. Oh Señor, ten misericordia de mí, porque estoy enfermo; sáname, oh Señor, porque  todos mis huesos están .estremecidos. 
3. Mi alma también está muy turbada; y tú, oh Señor, ¿hasta cuándo?
4. Vuélvete, oh Señor, libra mi alma; sálvame por tu misericordia.
5. Porque en la muerte no hay memoria de ti en el infierno, ¿quién te alabará?
6. Estoy angustiado a fuerza de gemir; bañaré todas las noches mi lecho  y regaré mi cama con mis lágrimas.
7. Mi figura está gastada por la ira;  y ha envejecido porque soy angustiado por todas partes,
8. Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad; porque el Señor ha oído la voz de mi lloro. 
9. El Señor ha oído mi ruego; ha aceptado el Señor mi oración.
10. Que se avergüencen y se turben mucho todos mis enemigos; que sean vueltos atrás  y avergonzados de repente. 

Para explicar este salino hay que fijarse en algunos puntos:  
Primero: En  todos los sufrimientos y aflicciones el hombre debe dirigirse primeramente a Dios, reconociendo y aceptando el hecho de que todo es enviado por Dios, provenga del diablo o de los hombres. Así lo hace el  profeta que en este salmo nombra sus  padecimientos. Pero primero acude a Dios y acepta el sufrimiento como mandado por él. Pues de esta manera se aprende la paciencia y temor de Dios. Pero quien mira al hombre y no acepta todo de Dios, se pone impaciente y desprecia a Dios, etc.  
Segundo: Dios castiga de dos maneras, una vez con clemencia, como un padre benigno, y temporalmente. La otra vez, airado, como un juez severo, y eternamente. Si Dios reprende al hombre, la naturaleza es tan débil y pusilánime, porque no sabe si Dios la reprende por cólera o por clemencia. Y por miedo de la ira comienza a exclamar: "Oh Dios, no me reprendas en tu enojo, hazlo en clemencia y temporalmente, sé padre y no juez". Así dice también San Agustín: "Oh Dios, quema aquí, pega aquí, hiere aquí, pero compadécete de nosotros allá". Ruega aquí, no que quede impune del todo, puesto que esto no sería buena señal, sino que sea castigado como un hijo por el padre. Que estas palabras son pronunciadas por un pecador o en el lugar de los pecadores, resulta del hecho de que nombra el castigo. Pues la punición de Dios no se manda a causa de la justicia. Por ello, todos los santos y cristianos deben reconocer que son pecadores, y temer el juicio de Dios, porque este salmo vale para todos sin excepción alguna. Por esto, ¡ay de cuantos no son aterrados, y no sienten su pecado y andan seguros en vista del terrible tribunal divino, ante el cual ninguna obra buena puede ser suficiente!  

2. Señor, ten misericordia de mí. Esto es, muéstrame tu gracia para que yo no perezca en angustia y miedo o pierda el ánimo.  
Sáname, oh Señor. Eso significa: fortaléceme y auxíliame en  esta miseria.   
Mis huesos están estremecidos. Esto quiere decir: toda mi fuerza y poder sucumben por el terror de tu castigo. Por ello, ya que la fuerza mía me abandona, dame el vigor tuyo. Aquí se debe notar que este salmo y los de su índole no se entienden o se oran a fondo, a menos que el hombre tenga bien presente la destrucción que sucede en la muerte y la última partida. Felices son los que lo experimentan en vida. Pues cada cual tiene que llegar a su ocaso. Si se extingue así el hombre y queda reducido a la nada con todas sus fuerzas, obras y en todo su ser, de modo que ya no hay sino un pecador mísero, condenado y abandonado, entonces vienen la ayuda y fuerza divinas. Así se dice en el libro de Job, capítulo 11: "Cuando te creas devorado, entonces prorrumpirás como la estrella matutina". 

3. Mi alma también está muy turbada. La fuerza y la consolación de Dios no se otorgan a nadie a no ser que las implore desde el fondo de su corazón. Pero nadie suplica profundamente si no está aún hondamente perturbado y abandonado; pues no sabe qué le falta y encuentra su seguridad en la fuerza de otros y en el consuelo que le viene de sí mismo y de las criaturas. Por ello, con el fin de dispensar su fuerza y consolación y comunicárnoslas, Dios demora todo otro consuelo y aflige ardientemente el alma y la hace desear a gritos su consolación. Así, todos los castigos divinos están ordenados muy amistosamente para consolación venturosa, si bien los imprudentes impiden este orden mismo y lo trastornan por sus corazones blandos que desesperan de Dios, porque no saben que él ha ocultado su bondad y amistad bajo la ira y el castigo y ahora las otorga.  
Y tú, Señor, ¿hasta cuándo? A todos los hombres que sufren, el tiempo les parece largo; por otra parte, es corto para los alegres. Pero en particular es inmensamente largo para los que tienen ese dolor interior del alma de que se sienten abandonados y separados de Dios. 
Así que no hay sufrimiento peor que la congoja mortificante de la conciencia, que se produce cuando Dios se retira, es decir, la verdad, la justicia, la sabiduría, etc., y no queda nada más que pecado, tinieblas, penas y lamentos. Eso no es sino una gota o un presentimiento de la pena infernal y la condenación eterna. Por ello traspasa todos los huesos, fuerzas, sangre y médula, y lo que hay en el hombre. 

4. Vuélvete, oh Señor, libra mi alma.  
Dios se aparta; esto significa una renuncia, un abandono interior. De ahí el horrible susto que se siente como un comienzo de la condenación. Así se dice en el Salmo 30: "Escondiste tu rostro, fui turbado". Por otra parte, volver es un consuelo interior y un ser mantenido en esperanza alegre. Por ello dice el salmista: "Libra mi alma". Eso es como si dijera: Se ha hundido y está condenada, sácala o arráncala del abismo.  
Sálvame. Pues ésta es la enfermedad más profunda y grande del alma, perecería ella eternamente, si debiera quedar así.  
Por tu misericordia. No por la dignidad de mis méritos, sino por tu bondad, para que sea celebrada, amada y alabada, porque tú la mandas también en auxilio de los indignos. Pues a quien ayuda Dios según sus méritos, sería honrado y glorificado con mayor justicia que la misericordia de Dios. Esto sería una ignominia grande. Por tanto, para que la bondad de Dios sea glorificada, todo el mérito y dignidad deben desaparecer; esto lo hace esta tentación. 

5. Porque en la muerte no hay memoria de ti.  
Esto significa: los muertos no te alaban ni glorían tu bondad, sino sólo los vivientes. Así leemos en el Salmo 115: "No te alabarán los muertos a ti, oh Señor, ni cuantos descienden al infierno; pero nosotros bendeciremos al Señor, desde ahora y para siempre". Por ello, el salmista habla no sólo de la muerte corporal, sino también de la muerte espiritual, es decir, cuando el alma está muerta. Pues el pecado es la muerte del alma, pero el sufrimiento es su infierno. 
Quien quiera que se encuentre en esta miseria, siente el pecado y el castigo por el pecado. Por ello dice el salmista: No me dejes en la muerte y el infierno, sino resucítame según tu misericordia por tu gracia, y líbrame del infierno por tu consuelo. Por esto, ese versículo da a entender que este sufrimiento es una puerta y entrada al pecado y castigo eternos, es decir, a la muerte e infierno, como dice el rey Ezequías: "Dije con gran terror: Debo ir a las puertas del infierno a la mitad de mis días; es decir, cuando creí estar en lo mejor de mi vida".  
En el infierno, ¿quién  te agradecerá? Por ello dije: "A causa de tu misericordia". Pues el infierno, donde tu compasión está ausente, no te alaba sino que te execra y blasfema más bien tu justicia y verdad. Este es el pensamiento más noble que tienen los santos en sus sufrimientos por el cual también son sostenidos. Sin él serían en todos los puntos iguales a los condenados, como dice después en el último salmo penitencial: "No escondas de mí tu rostro, no venga yo a ser semejante a los que descienden a la sepultura". Pero la diferencia es que los santos conservan el amor a Dios, de modo que procuran más no perder el amor, alabanza y honra de Dios que el no ser condenados. Pues el salmista no dice que en el infierno no haya alegría y placer, sino que no existe ni alabanza ni honra. Por ello habla aquí del hecho de que nadie en el infierno tiene inclinación hacia Dios. Si va para allá, será igual a aquellos condenados en el alejamiento de Dios. Esto les sería más adverso y doloroso que todo el sufrimiento. Por ello se dice en el Cantar de los Cantares 8 que el amor de Dios es fuerte como la muerte y firme como el infierno, porque subsiste también en los tormentos de la muerte y del infierno. Así habla también Dios por el profeta Isaías: "Te embridaré con mi alabanza para que no perezcas", lo que quiere decir, en medio de tus sufrimientos te daré un sentimiento favorable a mí y tú serás embriado y salvado. Sin este sentimiento todos los demás perecen en el padecimiento. Lo mismo afirma también en el Salmo 18: "Invocaré al Señor y seré salvo de mis enemigos". Pues debemos vencer los sufrimientos, la muerte y también el infierno. Mas con la huida e impaciencia no serán vencidos, sino con favor, voluntad y amor que en ellos son conservados hacia Dios. Son palabras severas contra el viejo Adán, ante todo si es aún verde y lozano. Pero no hay otro remedio. 

6. Me he consumido a fuerza de gemir.  
Esto significa: gimo mucho y fuertemente de tal suerte que también el gemido es fatiga. Mi vida se vuelve amarga y fatigosa, porque no es nada más que gemir. De la misma manera se dice también: Me he esforzado o fatigado corriendo, batallando, etc. Así también aquí: Me fatigo gimiendo, estoy inquieto por los gemidos.   
Todas las noches inundo de llanto mi lecho. Lloro tanto que las lágrimas inundan mi cama, como sigue:  
Riego mi cama con mis lágrimas.   No es posible y no se ha oído o leído tampoco que haya pasado a santo alguno en el sentido literal. Por ello, estas palabras se han pronunciado en el espíritu, y se deben entender espiritualmente. Significan que su alma está cargada tan intensamente de sufrimientos que, si esto fuera posible para el cuerpo, quisiera llorar de esta manera. Por tanto, en lo que concierne a él, es como si hubiera sucedido. Y si el cuerpo fuera capaz de reaccionar conforme a su alma, que siente profundamente el castigo de Dios, se derretiría en menos de una hora como la nieve y se disolvería. 

7. Mi figura está gustada por la ira.  
Mi figura y mi modo exterior de vida del cuerpo han cambiado y se han desfigurado; y todo esto por la cólera de Dios que he experimentado. Empero el mundo cuida de su cuerpo con seda, oro y comida suntuosa como el hombre rico en el Evangelio. Pero yo he llegado a ser como Lázaro, pobre y deforme por la ira de Dios.  
Y ha envejecido porque soy angustiado por todas partes. Yo soy inepto como un hombre anciano, porque tal sentimiento del castigo de Dios hace que todas las fuerzas sean consumidas. Al hombre le parece que el cielo y la tierra yacen sobre él y que cada cual es su enemigo. No halla consuelo en cosa alguna, sino mero terror e ira de Dios. 

8. Apartaos de mí todos los hacedores de iniquidad.  
Esto no se refiere a injustos de toda índole, sino a los que se destacan por la gran santidad y sabiduría. Eso queda comprobado por" Mateo 10, donde el Señor Cristo pronuncia este medio versículo contra los que dirán en el juicio final: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre hicimos muchos milagros?, etc." A estos sabios y santos, Cristo da a entender que serán llamados operarii imquitaiis, hacedores de iniquidad, puesto que no hacen el bien en forma debida. Con esto Cristo ataca a los santos vanidosos que no han sentido jamás la ira de Dios y no han llegado al conocimiento de sus pecados. Por eso, no creen en la bondad de Dios, no confían en ella, no la invocan, ni la conocen, ni la enseñan, sino que se seducen a sí mismos y a otros con obras y petulancia segura de los méritos ante Dios. A ésos les desea que experimenten la cólera divina y se aparten de su petulancia y vuelvan en sí.  
Porque el Señor ha oído la voz de mi lloro. Dios está dispuesto a oír con agracio a los que claman y se lamentan, pero no a los que se sienten seguros e independientes. Por tanto, una vida buena no consiste en obras exteriores y apariencia, sino en un espíritu gemebundo y afligido, como se dice en el cuarto salmo penitencial: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios". "Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los contritos de espíritu", y en Salmo 34". En consecuencia, el llorar es preferido al obrar, y el sufrimiento sobrepasa toda actuación. 

9. El Señor ha oído mi ruego: ha recibido el Señor mi oración.   
Estas palabras no designan otra cosa que una alma pobre de espíritu, que ya no posee nada más que su clamor, su suplicar e implorar en la firme fe, la esperanza fuerte y el amor constante. Y la vida y el ser de todo cristiano deben estar constituidos así, de modo que fuera de Dios no saben ni poseen nada y que no lo conocen sino por la fe. Por ello los que no están formados así, no son escuchados por Dios. No lo invocan tampoco con el corazón. No son pobres, ni sienten la necesidad de invocar e implorar; son satisfechos y colmados.

10.Que se avergüencen y se turben  mucho todos mis enemigos.
 Esto significa: Son tan nocivos y peligrosos en su .presunción y se glorían consigo mismos como si todo estuviera en orden con ellos. Pero, oh Dios mío, no saben lo desafortunados que son. Por tanto, sería provechoso para ellos que volvieran en sí mismos y conociesen la magnitud de su ignominia y miseria ante Dios. Pues los altamente dotados y sabios no saben otra cosa que complacerse a sí mismos, estar seguros, tenerse en gran estima, no sentir necedad alguna, hablar bien, obrar rectamente, pensar santamente, ser extraordinarios en comparación con otros, no conocer muchos que sean iguales a ellos. Esta es la mayor ceguera en la tierra. Cuanto más se creen y estiman o se consideran, tanto más son desdeñados y deshonrados por Dios. Es lo que el salmista quiere que reconozcan, puesto que serían otros si entraran en sí mismos y se asustaran de sí.   
Que sean vueltos atrás. Pues ellos se han apartado demasiado profundamente y lejos de Dios y han perseguido su propio bien.  
Y avergonzados de repente. Interiormente, ante sus propios ojos, ya que tienen un elevado concepto de sí mismos, y también exteriormente ante la gente donde fuere necesaria además de la vergüenza interior. De otra manera esta actitud exterior sola, sin la vergüenza interior, es estéril y también nociva. 

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